lunes, 25 de agosto de 2014

LO QUE ESTÁ QUIETO...

S
ábado 23 de agosto, 10 de la mañana. Estación de Transmilenio, Modelia. El lugar a esa hora está casi vacío. Dos o tres pasajeros están en el vagón de ingreso y un trabajador con notorio aburrimiento vigila los torniquetes de acceso. En el vagón siguiente estoy yo solo. Mientras espero el articulado que me llevará a mi lugar de trabajo, miro hacia la avenida Eldorado y veo acercarse, de manera temeraria, una figura que atraviesa la calzada de los buses y luego  pasa al carril de Transmilenio. Con torpeza se arrincona al borde del separador y camina con dificultad sobre la línea de cemento hasta llegar al vagón donde me encuentro. Con agilidad simiesca da un salto y queda de pie en la rampa. Luego haciendo acopio de considerable fuerza logra abrir las puertas de vidrio y  atraviesa la rampa. Lo observo con detenimiento y mientras camina me atravieso en su camino con los brazos cruzados mientras muevo la cabeza de lado a lado en gesto de reprobación. El sujeto es un joven de aproximadamente 28 años, cabello cuidadosamente peinado de lado, camisa gris y pantalón negro,  lleva terciado un maletín Totto, donde posiblemente carga un portátil. Al advertir mi mirada la elude y pasa a mi lado. 
– “Mil setecientos pesos, es muy poco precio para su vida”- le digo. No responde pero en su cara se advierte la vergüenza de su acto. Lo sigo con la mirada, y al sentirse acosado me enfrenta: -“¿Usted  quién es?, ¿acaso trabaja para la policía? Muéstreme un carné”.- 
Le replico: – “no es necesario, simplemente soy un ciudadano y eso me da derecho de llamarle la atención. Usted está cometiendo una infracción, además este sistema es de todos. Usted no paga el pasaje y eso nos perjudica, además pone en riesgo su vida”-  Su rostro pasa de la vergüenza a la ira y al sentirse sin argumentos, opta por la vía de atacar para defenderse; con un dedo amenazante me espeta: -“¿sabe qué? … Lo que está quieto… se deja quieto”  “¿se cree un héroe o qué?”- Le respondo con tranquilidad – “No soy un héroe soy simplemente un ciudadano con deberes y derechos al igual que el señor que está allá y esa señorita” – y señalo con la cabeza a una jovencita de aproximadamente 19 años y un hombre de mediana edad que habla por celular,  ellos desvían la mirada para no sentirse involucrados. Los comprendo, hace unos años un hombre murió a causa de una puñalada que le propinó un energúmeno borracho solamente porque aquel le pidió que no  se orinara en una de las paredes internas del Portal del Norte. El hombre seguramente no atendió aquella advertencia de “lo que está quieto, se deja quieto” y eso le costó la vida. Pero parece que esa es la actitud de muchos ciudadanos en Bogotá. No reclamar, no denunciar no sentirse afectado, cerrar los ojos o hacerse el sordo frente a la injusticia, a la vulneración de los derechos y un largo etcétera.  ¿Miedo?, ¿indiferencia?, ¿egoísmo? Sea cual sea la razón, puedo concluir que mientras sigamos dejando “quieto” lo que está “quieto” difícilmente se resolverán los problemas de una ciudad.
Transmilenio fue concebido para mejorar la calidad de vida de los habitantes, solucionar problemas de movilidad, reducir las distancias y brindar seguridad a los pasajeros. Es decir acabar los problemas que aquejaban al transporte público en Bogotá, tales como;  Buses en mal estado, guerra del centavo, racimos humanos, lentitud, trancones por las avenidas principales, robos, atracos, entre otros. Casi 3 lustros después, las estaciones se ven sucias y deterioradas, las aglomeraciones son el pan de cada día,  el despacho de buses es demorado y de lentitud exasperante, el robo de celulares es frecuente y ya  nadie protesta cuando los vivos se cuelan a las estaciones; de la misma manera, poco a poco mendigos y vendedores informales se han tomado el sistema. Eso sin contar que cada vez que hay una alteración del orden público  el blanco de los desadaptados son los buses y las estaciones. Es decir todo se ha ido dejando quieto y de seguir así en un tiempo no muy remoto la gente no diferenciará entre el Sistema de Transmilenio y la tristemente recordada Troncal de la Caracas.
Heraclito de Efeso, filósofo griego dijo que nada permanece fijo y estable sino que todo fluye. Ese pensamiento ha quedado revaluado, por lo menos para Transmilenio y otros proyectos en Bogotá, que nacieron de una ilusión, que cuando se materializaron parecían un renacer, pero que pasado el tiempo fueron contaminados por un virus que detiene el progreso y es caldo de cultivo para la corrupción y la inseguridad: la desidia, aquel comportamiento que sufren algunos seres y que parece volverlos ciegos o inmunes a los problemas o peligros que los rodean. Para ellos toda acción  irregular o delictiva se vuelve parte del paisaje que observan con pasividad y si algo llega a levemente llamar su atención lo evaden con el característico gesto de alzar los hombros y exhalar un largo suspiro de resignación para decir “lo que está quieto se deja quieto”.
Luis Alejandro Arango P.
Publicista y Comunicador



jueves, 31 de julio de 2014

"Reunionitis" o el arte del malgastar el tiempo

 "Reunionitis" o el arte de malgastar el tiempo


E
l provecho de una reunión de comité es 'inversamente proporcional al número de participantes y al tiempo perdido en deliberaciones", esta es una de las tantas Leyes de Murphy que señala en forma sarcástica lo que se podría denominar como uno de los casos de "enferme­dades empresariales": la reunionitis. Aquel tipo de actividad que un funcionario o un grupo de individuos programa con el propósito de ejecu­tar un proyecto, resolver un problema o simple­mente para justificar unas horas más en la cuen­ta de cobro.
Las reuniones, comités primarios, juntas, asam­bleas, etc. y todo aquello que implique tener a un grupo de personas deliberando, casi siem­pre será motivo para que gran parte del tiem­po se dedique a hablar sobre temas totalmente diferentes para los que fueron llamados los asis­tentes y en muchos casos el motivo central se quedará sin resolver.
El esquema general de una re­unión es más o menos así: Los concurrentes van llegando pau­latinamente diez o quince mi­nutos después de la hora fija­da; cuando se encuentran casi todos y se pretende iniciar el encuentro con una presenta­ción en video beam u otra ayu­da audiovisual, el equipo ge­neralmente no funciona; mien­tras se hacen los ajustes, parte del personal se retira a la puer­ta del salón a fumar o a tomar tinto; una vez solucionado el inconveniente, llega otro de los invitados retrasado y dando expli­caciones sobre su tardanza, lo que originará algunos comentarios. Hasta aquí ya deben ha­ber transcurrido entre 20 y 25 minutos. Luego de entrar en materia y discutir alguno de los puntos y no llegar a ningún acuerdo, se decide definirlo en la próxima reunión. A estas altu­ras, algunos miembros se impacientan por compromisos "inaplazables", y de esta mane­ra el grupo comienza a disgregarse. En conse­cuencia, se hace necesario fijar una nueva fecha para resolver lo que se había definido so­lucionar ese día. En la fecha siguiente el ciclo se repetirá con la exactitud de un reloj suizo.
De esta manera, por cada tema aplazado na­cerá otra reunión y de ésta otra, y otra, con el ritmo propio con el que se multiplican los roe­dores. Así se irá copando el horario y las agen­das de los empleados, cuyas humanidades ca­lentarán más las sillas de las salas de juntas que la de su propio escri­torio.

Existen casos en el que las reuniones son como los se­res de la película de ficción, Alien, se le repro­ducen pequeños engendros a los que se les denomina comités o gru­pos de trabajo, los cuales no son otra cosa, que dos o tres personajes a los que se les encomienda el "chicharrón" que no fue capaz de desarrollar el gru­po principal. En la mayoría de los casos estos designados se volverán a ver las caras una o dos horas antes de la próxima reunión para re­dactar un informe a las carreras en el que le solicitan al grupo, un plazo más amplio para la entrega del informe final "dada la complejidad del asunto".
Las reuniones también se han convertido en síbolo de estatus y prestigio: "el doctor está en comité y no lo puede atender". En otros casos, son la excusa perfecta para otro tipo de "jun­tas": "mi amor, me demoró esta noche porque tengo reunión con un cliente".
La Historia Universal nos recuerda los fracasos que puede ocasionar una reunión innecesaria sobre un tema de poca importancia, como la anécdota de la caída de la ciudad de Bizancio (hoy Estambul) en el siglo V antes de Cristo. Esta era una de las principales colonias griegas y un importante puerto entre el Mar Muerto y el Me­diterráneo; se cuenta que mientras las fuerzas Persas al mando de Darío I invadían la ciudad, su emperador oficiaba una reunión con sus sub­alternos donde el tema central era dilucidar el sexo de los ángeles. Antes de tener tiempo de organizar su ejército, la ciudad era presa de las llamas y sus habitantes desbarrigados por las cimitarras invasoras. De este suceso nació la ex­presión "discusiones bizantinas" la cual utilizamos cuando nos referimos a aquellos debates estériles y que no conducen a una conclusión útil.
Con todo lo anterior, no pretendo afirmar que las reuniones sean innecesarias o una pérdida de tiempo. Es más, la tomas de decisiones en consenso y con espacios para la discusión, da­rán como resultado medidas o procedimientos depurados y ajustados a lo que necesitan las empresas. Pero si no existe una metodología o una normatividad para el desarrollo de las re­uniones empresariales, éstas seguirán siendo un hoyo negro por donde se escapa el tiempo y la productividad de las organizaciones y de sus em­pleados.

Luis Alejandro Arango P.
Publicista

*Publicado en la revista Imágenes Cooperativas, junio de 2004


viernes, 23 de agosto de 2013

Lo que tardiamente comprendemos los padres

Han transcurrido  casi quince años desde que me convertí en padre por primera vez. Todavía permanece fresco en mi mente aquel momento en el que mi esposa me confirmó la noticia y de inmediato comencé a sentir que mi vida ya no era solamente de mi propiedad sino que desde ese instante la compartiría con esa parte de mí ser que completaría el trio familiar.

 
Con el paso de los meses y los días también pude entender que a medida que la barriga de mi esposa crecía, surgían en mí otros sentimientos que los hombres mantenemos en el sótano de nuestra alma y muy rara vez los dejamos fluir: la ternura, la tristeza y a veces lágrimas.


Luego del inolvidable día del nacimiento y de esos momentos en que nos vemos a gatas para cambiar un pañal, diferenciar si el bebé  llora por hambre o cólicos, también pude descifrar el misterio del porque prefiero pasar una hora con mi hija a toda una tarde con mis amigos.
 

Cuando mi hija fue creciendo, la brecha generacional se fue ampliando, las peleas  se hicieron frecuentes y la imagen del padre omnipotente que “todo lo sabe”,  se fue diluyendo y fue reemplazada por la del “intenso”,  Ahí también deduje que los hijos crecen y los padres también, pero cada uno a velocidades diferentes, mientras que ellos desean y hacen hasta lo imposible porque muy pronto su infancia quede atrás, nosotros solo podemos verlos con los lentes del pasado y si nos los quitamos somos ciegos a una realidad que el tiempo nos expone crudamente.

 
La niñez de nuestros hijos es tan efímera como fue la de nosotros, por eso es tan difícil aceptar que el reloj sigue su marcha y que por más intentos que hagamos no alcanzaremos en su carrera a nuestros hijos; porque es parte del ADN de los padres, marchar a una velocidad de crucero, mientras que el “Turbo” de nuestros hijos está en su máxima potencia

 
La vida de nosotros los padres se compone de estos y otros descubrimientos, algunos duros de aceptar, pero todos ellos solo tienen un único fin: Conocer mejor a nuestros hijos para darles las mejores herramientas para cuando ellos nos sustituyan en esta difícil pero bella profesión, en la cual nos otorgan primero el título y luego cursamos la carrera.

Evocaciones de una mentira piadosa


No recuerdo  otra ocasión en el colegio en la que se hubiera organizado una salida de los estudiantes para alguna actividad diferente a la del día de la clausura. Era aquella fecha anhelada en la que invariablemente asistíamos en fila, con uniforme de gala y en alegre relajo al auditorio de la universidad Santo Tomas,  donde luego de hora y media de  bailar las mismas guabinas, bambucos, la infaltable contradanza de todos los años y  cantar  desafinadamente melodías  vernáculas, esperábamos como prisioneros de guerra la frase que pronunciaría la señora Carlina, la temible directora del colegio  con  tono  inusualmente  amable y que nos otorgaría la libertad luego de diez meses  de prisión: " niños, tengan todos felices vacaciones y los esperamos con sus papás en enero para firmar la matricula", justo en ese instante sentíamos que por fin nos liberábamos de las cadenas por lo menos durante dos felices meses.

Por esa razón y ahora  que han pasado más de treinta  años, cuando me preguntan sobre un recuerdo feliz del colegio, yo respondo sin titubear: "el día que salíamos a vacaciones".

Así las cosas, aquel día de agosto se constituía en un evento casi histórico, porque en un plantel que no se caracterizaba precisamente por organizar con frecuencia salidas pedagógicas, el solo hecho de visitar un parque cercano de barrio, era motivo de orgullo para los privilegiados y de envidia para los demás. La Seño Marina se había salido con la suya, luego de una puja de casi una semana con la señora Carlina, quien desde un principio se había opuesto a la propuesta de la profesora, con el argumento de que era muy peligroso salir a las calles con un grupo de preadolescentes locos. Sin embargo, pese a sus temores terminó accediendo luego de que la Seño Marina sacó su última carta y le manifestó con tono marcadamente  pedagógico que este tipo de salidas ayudaban a generar responsabilidad en los muchachos y los estimulaban en el estudio.  Ante la contundencia del argumento  no dijo nada  más y se escogió la fecha del evento.

El día por fin llego. Todos los estudiantes de quinto de primaria estábamos eufóricos. Algunos habían traído de sus casas balones de fútbol y baloncesto. Incluso yo me atreví a rescatar de las profundidades de mi cuarto dos polvorientas raquetas de bádminton que me regalaron en mi primera comunión.

Pasadas dos eternas horas de clase, a las diez de la mañana, la Seño Marina dio la orden de formar para tomar lista y proceder a salir. A mi lado estaba Vásquez, quien me pregunto con curiosidad: " a que parque nos llevaran?"  “yo escuché que al Parque Nacional, además estamos cerquita" le dije en voz baja pero lo suficiente para que la Seño Marina me oyera. “Arango como siempre inventando cuentos, igual que cuando no trae las tareas  y como pretexto  inventa inundaciones, incendios en su casa  y enfermedades de todos sus parientes". No dije nada, avergonzado,  agaché la cabeza, mientras mis compañeros volteaban a mirarme  con una sonrisa burlona, ya que mis historias eran famosas en el curso, en algunos casos por inverosímiles o en otras por ser muy creativas. Luego de la reprimenda, Hicimos dos filas en el patio, intercalando niños y niñas. La brisa que bajaba de los cerros orientales atenuaba el escozor  del sol mañanero en nuestras caras cuando salimos por la puerta  del viejo portón del colegio.

Caminábamos por las calles de chapinero con rumbo al occidente por la calle 53, las bromas surgían espontáneamente y de cuando en cuando por la ventana de alguna de aquellas casas de estilo inglés se asomaba una criada, o desde el antejardín un perro nos ladraba.  Al doblar la calle 48 y cruzar la carrera 17 divisamos nuestro objetivo, el parque estaba allí, unos cuantos niños jugaban en el rodadero y otros disputaban un partido de fútbol en un  peladero de forma oval   en medio del parque.

Una vez pasamos la calle, todos nos lanzamos en carrera hacia los desvencijados juegos mientras la Seño Marina  a punta de gritos nos pedía devolvernos para  que nos organizáramos por deportes o juegos. Luego de algunos minutos en medio de discusiones, risas y parloteos,  por fin nos distribuimos en el parque, un grupo de niñas se dirigió a la cancha de baloncesto, mientras Rojas y sus amigos con los sacos y sendas piedras armaron dos arcos de futbol y luego se dividieron en equipos.

Por nuestra parte, Vásquez y yo luego de intentar sin éxito jugar al Bádminton  dejamos las raquetas y nos encaminamos  hacia la zona de los columpios, la cual estaba al lado de dos inmensos cauchos sabaneros cuyas ramas a los lejos semejaban a los brazos de dos gigantes que amenazaban a los intrusos que osaban entrar a su territorio.

Nos sentamos uno al lado del otro y comenzamos a columpiarnos mientras mirábamos al grupo de niñas jugar baloncesto,  lo cual fue motivo para iniciar un debate sobre los encantos de nuestras compañeras de curso, como solo lo pueden hacer dos colegiales de quinto de primaria. Mientras discutíamos sobre cuál de todas tenía las piernas más flacas o los dientes torcidos  no nos dábamos   cuenta que atrás de nosotros estaba Nurlian quien furtivamente se acercaba con intenciones de oír  nuestra conversación, sin embargo, una explosión de risa  la delató y  pese a que de manera airada le reclamamos  que se fuera a donde estaban las demás niñas, ella sin dejar de reír  prefirió empujar mi columpio haciendo un gran esfuerzo con sus brazos. Poco a poco la silla fue tomando mayor velocidad, mientras a mí también  me invadía una risa nerviosa. Vásquez no se quiso quedar atrás y tomo impulso en el piso ayudándose con los  pies sobre el pavimento. En cuestión de segundos parecíamos dos bólidos que amenazaban con salir disparados de las sillas. La cabeza me daba vueltas y apenas alcanzaba a voltear a mirar a Nurlian quien  alentada por mi cara de terror seguía empujando mi columpio con alegre y malvada energía.

Hasta el día de hoy no tengo claro en qué momento oí ese crujido sordo que parecía provenir del cielo  y semejaba al rugir de una bestia prehistórica, lo que si tengo presente es que miré hacia arriba y pude ver que las ramas del árbol se descargaban sobre mí. Las carcajadas de Nurlian se ahogaron con el crujido y el ruido de las ramas que caían sobre mi espalda mientras sentía que el columpio volaba sobre el parque. En algún momento, creo que por un segundo,  cerré los ojos y al abrirlos sentí el impacto del aterrizaje. El dolor en las nalgas era muy parecido al que quedaba luego de los reglazos de la señora Carlina. La espalda también estaba resentida, pero yo solo pensaba en levantarme y salir de lo que antes era un inocente juego de parque infantil. Miré hacia el lado derecho buscando a Vásquez, pero lo único que veía era el inmenso tronco del árbol y bajo éste lo que parecía ser el tubo travesaño de los columpios, totalmente aplastado y en ese momento comprendí que era lo que había pasado, y deduje con terror que Vásquez estaba al lado exacto donde estaba caído el tronco del árbol; la terrible idea me impulsó a levantarme rápidamente y así lo hice, pese a que las piernas me temblaban y que casi no podía respirar. Rodeé el árbol ya que las ramas no me permitan pasar por encima y fue entonces cuando lo vi.

En medio de un follaje espeso de ramas y hojas, Vásquez hacía un terrible esfuerzo por levantarse del columpio mientras apartaba ramas y hojas de su cara y pecho. “no pasó nada" "no pasó nada" repetía y me miraba pálido y desencajado. Yo, por mi parte solo lo veía pero no podía  ayudarlo a levantarse. Por fin pudo salir y sin mirarme salió corriendo. Solamente en ese momento fui consciente que la Seño Marina gritaba el apellido de mi amigo con angustia y desespero y por eso fue que él  se dirigió hacia donde ella se encontraba. Caminé por encima de las ramas y pude llegar adonde estaban mis compañeros aterrados al lado de la Seño Marina quien sollozaba mientras abrazaba a Vásquez y seguía repitiendo su apellido. Empecé a sentir  dificultad para respirar y entonces me derrumbé boca abajo sobre el prado  lo que produjo que la atención que acaparaba Vásquez y la Seño Marina se trasladara hacia mí  por cuenta del comentario de Carmen Rosa: " miren, el pobre Arango se desmayó" aunque eso no era  del todo cierto porque lo único que sentía era el dolor de espalda y mi caída obedecía más a la falta de aire y a que las piernas me temblaban del susto. En todo caso,  Suárez y Rojas me ayudaron a levantar mientras me miraban como al sobreviviente de un terremoto.  "yo pensé que el árbol lo había aplastado" me dijo con admiración Zuluaga.  Iba continuar con su elogio a la valentía  pero fue interrumpido por la Seño Marina quien desde metros atrás lo alcanzó a oír " que va... Arango estaba al otro lado, mientras que al  pobre Vásquez yo lo vi debajito  del árbol "dijo mientras se secaba las lágrimas.


Ese testimonio fue definitivo para que nuevamente el interés del grupo se dirigiera hacia ellos dos y yo me quedara solo con Nurlian y Zuluaga, quienes me obsequiaron una mirada que era una mezcla de lastima y solidaridad.


El suceso y las horas transcurridas fueron la excusa adecuada para dar por concluida la aventura del parque. Luego de recuperar el aliento y la compostura, la Seño Marina se levantó del prado lentamente y con un tono de voz suave, dócilmente nos pidió hacer dos filas para emprender el regreso. Una vez ella se dio cuenta que estábamos completos se acercó al grupo y con una sonrisa que intentaba disimular cierto temor nos dijo “no creo que sea necesario que hagamos comentarios de lo que paso hoy, sobre todo cuando lleguemos al colegio" inmediatamente deduje que si  la señora Carlina llegaba a enterarse que la vida de los alumnos había corrido peligro por el suceso del parque, la responsabilidad de la Seño Marina habría quedado en entredicho. Por eso,  todos al unísono y de manera solidaria repetimos la frase: "sin comentarios" la cual se convirtió en una suerte de mantra durante el camino de regreso.  Cuando estábamos a una cuadra del colegio la Seño Marina nos miró de manera cómplice para recordarnos el compromiso y así recorrimos los últimos metros hasta el colegio.
Cuando llegamos los estudiantes de los demás cursos estaban en recreo, nos miraron con curiosidad y por eso nos sentíamos importantes, además por el secreto que de común acuerdo guardábamos. Algunos niños curiosos nos hacían toda suerte de preguntas acerca del lugar al que habíamos ido, si de verdad era el parque nacional, si la habíamos pasado bien y otras tantas por el mismo estilo. Pude ver a la Seño Marina en la cocina del colegio a través de la ventana que daba al patio, bebía con avidez un vaso de agua y en su rostro se reflejaba la angustia  y que había ocultado frente a nosotros.



Yo, por mi parte me mordía la lengua por contar cada detalle de la aventura vivida y en la que había sido uno de los protagonistas principales, mientras el resto de mis compañeros guardaban silencio o respondían con evasivas a las curiosidades que les formulaban.

Como el susto me había quitado el apetito, aun guardaba el sandwich que tenía destinado para el paseo, pero en ese momento tenía hambre y por eso decidí sentarme en una de las bancas del patio para tomar mis onces, mientras comía recordaba los  momentos de mi aventura y pensé que era un verdadero desperdicio no poder contarle a alguien los pormenores. En esas estaba cuando llego el hermano de Vásquez  y se sentó a mi lado. " es verdad que a usted le cayó un árbol encima?", lo miré y  seguí masticando mientras pensaba sobre que iba a responder. Recordaba la petición de la Seño Marina y la expresión de su cara cuando la vi en la cocina del colegio. Y aunque sentí cierta piedad por ella, el relato  se quería salir de mi boca.
¿Quién le contó? Fue lo único que pude decir mientras me debatía entre contarle o no. "pues mi hermano, apenas llegó me mostró los arañazos de las ramas y me dijo que a ustedes dos casi los espicha un árbol que se cayó en el parque, pero yo no le creí"

En ese instante pensé que si Vásquez ya había roto el pacto de silencio, por qué yo no podía contar mi hazaña. Y  le pedí que se acercara. Con lujo de detalles, metáforas rimbombantes y en algunos casos exageradas, le narré la aventura del parque, otros niños que estaban cerca alcanzaron a oír el épico relato y se agruparon en torno a mí. Antes de que pudiera advertirlo estaba rodeado por un grupo de 8 a 10 curiosos que me alentaban con sus risas y miradas aterradas. No me había dado cuenta que los partidos de fútbol que se jugaban en ese momento en el patio se habían interrumpido porque muchos jugadores habían preferido enterarse de los pormenores del relato que continuar con el juego y de la misma manera el barullo del recreo había desaparecido y solo se escuchaba mi voz, de vez en cuando interrumpida por una carcajada general o un expresión de asombro de los oyentes. Posiblemente este cambio abrupto en los ruidos propios de un patio de recreo, fue el que alertó a la Seño Marina quien había abandonado el salón de profesores, asombrada por la soledad del patio y el tumulto que se había formado en el sector de las bancas. Se abrió paso entre los miembros de mi audiencia y rápidamente quedamos frente a frente,  alzó las cejas y movió la cabeza de lado a lado:" otra vez Arango con sus cuentos, nada que aprende y ustedes bien bobos poniendo cuidado a todas las mentiras que él cuenta, caminen para clase que ya terminó el recreo"
El grupo se dispersó. Algunos al alejarse y antes de volver a sus juegos me miraron con expresión de burla, la Seño Marina  me lanzó una mirada antes de dar media vuelta y se fue con los demás. Yo me quede solo en las bancas  y en ese momento comenzó a lloviznar.
 





Bogotá marzo de 2012