No recuerdo otra ocasión
en el colegio en la que se hubiera organizado una salida de los estudiantes
para alguna actividad diferente a la del día de la clausura. Era aquella fecha
anhelada en la que invariablemente asistíamos en fila, con uniforme de gala y
en alegre relajo al auditorio de la universidad Santo Tomas, donde luego
de hora y media de bailar las mismas guabinas, bambucos, la infaltable
contradanza de todos los años y cantar desafinadamente melodías
vernáculas, esperábamos como prisioneros de guerra la frase que
pronunciaría la señora Carlina, la temible directora del colegio con
tono inusualmente amable y que nos otorgaría la libertad
luego de diez meses de prisión: " niños, tengan todos felices
vacaciones y los esperamos con sus papás en enero para firmar la
matricula", justo en ese instante sentíamos que por fin nos liberábamos de
las cadenas por lo menos durante dos felices meses.
Por esa razón y ahora que han pasado más de treinta años, cuando me
preguntan sobre un recuerdo feliz del colegio, yo respondo sin titubear:
"el día que salíamos a vacaciones".
Así las cosas, aquel día de agosto se constituía en un evento casi histórico,
porque en un plantel que no se caracterizaba precisamente por organizar con
frecuencia salidas pedagógicas, el solo hecho de visitar un parque cercano de
barrio, era motivo de orgullo para los privilegiados y de envidia para los
demás. La Seño Marina se había salido con la suya, luego de una puja de casi
una semana con la señora Carlina, quien desde un principio se había opuesto a
la propuesta de la profesora, con el argumento de que era muy peligroso salir a
las calles con un grupo de preadolescentes locos. Sin embargo, pese a sus
temores terminó accediendo luego de que la Seño Marina sacó su última carta y
le manifestó con tono marcadamente pedagógico que este tipo de salidas
ayudaban a generar responsabilidad en los muchachos y los estimulaban en el
estudio. Ante la contundencia del argumento no dijo nada más
y se escogió la fecha del evento.
El día por fin llego. Todos los estudiantes de quinto de primaria estábamos
eufóricos. Algunos habían traído de sus casas balones de fútbol y baloncesto.
Incluso yo me atreví a rescatar de las profundidades de mi cuarto dos
polvorientas raquetas de bádminton que me regalaron en mi primera comunión.
Pasadas dos eternas horas de clase, a las diez de la mañana, la Seño Marina dio
la orden de formar para tomar lista y proceder a salir. A mi lado estaba
Vásquez, quien me pregunto con curiosidad: " a que parque nos
llevaran?" “yo escuché que al Parque Nacional, además estamos
cerquita" le dije en voz baja pero lo suficiente para que la Seño Marina
me oyera. “Arango como siempre inventando cuentos, igual que cuando no trae las
tareas y como pretexto inventa inundaciones, incendios en su casa
y enfermedades de todos sus parientes". No dije nada, avergonzado,
agaché la cabeza, mientras mis compañeros volteaban a mirarme con
una sonrisa burlona, ya que mis historias eran famosas en el curso, en algunos
casos por inverosímiles o en otras por ser muy creativas. Luego de la
reprimenda, Hicimos dos filas en el patio, intercalando niños y niñas. La brisa
que bajaba de los cerros orientales atenuaba el escozor del sol mañanero
en nuestras caras cuando salimos por la puerta del viejo portón del
colegio.
Caminábamos por las calles de chapinero con rumbo al occidente por la calle 53,
las bromas surgían espontáneamente y de cuando en cuando por la ventana de
alguna de aquellas casas de estilo inglés se asomaba una criada, o desde el
antejardín un perro nos ladraba. Al doblar la calle 48 y cruzar la
carrera 17 divisamos nuestro objetivo, el parque estaba allí, unos cuantos
niños jugaban en el rodadero y otros disputaban un partido de fútbol en un
peladero de forma oval en medio del parque.
Una vez pasamos la calle, todos nos lanzamos en carrera hacia los desvencijados
juegos mientras la Seño Marina a punta de gritos nos pedía devolvernos
para que nos organizáramos por deportes o juegos. Luego de algunos
minutos en medio de discusiones, risas y parloteos, por fin nos
distribuimos en el parque, un grupo de niñas se dirigió a la cancha de
baloncesto, mientras Rojas y sus amigos con los sacos y sendas piedras armaron
dos arcos de futbol y luego se dividieron en equipos.
Por nuestra parte, Vásquez y yo luego de intentar sin éxito jugar al Bádminton
dejamos las raquetas y nos encaminamos hacia la zona de los
columpios, la cual estaba al lado de dos inmensos cauchos sabaneros cuyas ramas
a los lejos semejaban a los brazos de dos gigantes que amenazaban a los
intrusos que osaban entrar a su territorio.
Nos sentamos uno al lado del otro y comenzamos a columpiarnos mientras
mirábamos al grupo de niñas jugar baloncesto, lo cual fue motivo para
iniciar un debate sobre los encantos de nuestras compañeras de curso, como solo
lo pueden hacer dos colegiales de quinto de primaria. Mientras discutíamos
sobre cuál de todas tenía las piernas más flacas o los dientes torcidos
no nos dábamos cuenta que atrás de nosotros estaba Nurlian quien
furtivamente se acercaba con intenciones de oír nuestra conversación, sin
embargo, una explosión de risa
la delató y pese a que de manera airada le reclamamos que se
fuera a donde estaban las demás niñas, ella sin dejar de reír prefirió
empujar mi columpio haciendo un gran esfuerzo con sus brazos. Poco a poco la
silla fue tomando mayor velocidad, mientras a mí también me invadía una
risa nerviosa. Vásquez no se quiso quedar atrás y tomo impulso en el piso ayudándose
con los pies sobre el pavimento. En cuestión de segundos parecíamos dos
bólidos que amenazaban con salir disparados de las sillas. La cabeza me daba
vueltas y apenas alcanzaba a voltear a mirar a Nurlian quien alentada por
mi cara de terror seguía empujando mi columpio con alegre y malvada energía.
Hasta el día de hoy no tengo claro en qué momento oí ese crujido sordo que
parecía provenir del cielo y semejaba al rugir de una bestia
prehistórica, lo que si tengo presente es que miré hacia arriba y pude ver que
las ramas del árbol se descargaban sobre mí. Las carcajadas de Nurlian se
ahogaron con el crujido y el ruido de las ramas que caían sobre mi espalda
mientras sentía que el columpio volaba sobre el parque. En algún momento, creo
que por un segundo, cerré los ojos y al abrirlos sentí el impacto del
aterrizaje. El dolor en las nalgas era muy parecido al que quedaba luego de los
reglazos de la señora Carlina. La espalda también estaba resentida, pero yo
solo pensaba en levantarme y salir de lo que antes era un inocente juego de
parque infantil. Miré hacia el lado derecho buscando a Vásquez, pero lo único
que veía era el inmenso tronco del árbol y bajo éste lo que parecía ser el tubo
travesaño de los columpios, totalmente aplastado y en ese momento comprendí que
era lo que había pasado, y deduje con terror que Vásquez estaba al lado exacto
donde estaba caído el tronco del árbol; la terrible idea me impulsó a
levantarme rápidamente y así lo hice, pese a que las piernas me temblaban y que
casi no podía respirar. Rodeé el árbol ya que las ramas no me permitan pasar
por encima y fue entonces cuando lo vi.
En medio de un follaje espeso de ramas y hojas, Vásquez hacía un terrible
esfuerzo por levantarse del columpio mientras apartaba ramas y hojas de su cara
y pecho. “no pasó nada" "no pasó nada" repetía y me miraba
pálido y desencajado. Yo, por mi parte solo lo veía pero no podía ayudarlo a levantarse. Por fin pudo salir y
sin mirarme salió corriendo. Solamente en ese momento fui consciente que la
Seño Marina gritaba el apellido de mi amigo con angustia y desespero y por eso
fue que él se dirigió hacia donde ella se encontraba. Caminé por encima
de las ramas y pude llegar adonde estaban mis compañeros aterrados al lado de
la Seño Marina quien sollozaba mientras abrazaba a Vásquez y seguía repitiendo
su apellido. Empecé a sentir dificultad para respirar y entonces me
derrumbé boca abajo sobre el prado lo que produjo que la atención que
acaparaba Vásquez y la Seño Marina se trasladara hacia mí por cuenta del
comentario de Carmen Rosa: " miren, el pobre Arango se desmayó"
aunque eso no era del todo cierto porque
lo único que sentía era el dolor de espalda y mi caída obedecía más a la falta
de aire y a que las piernas me temblaban del susto. En todo caso, Suárez
y Rojas me ayudaron a levantar mientras me miraban como al sobreviviente de un
terremoto. "yo pensé que el árbol lo había aplastado" me dijo
con admiración Zuluaga. Iba continuar con su elogio a la valentía
pero fue interrumpido por la Seño Marina quien desde metros atrás lo
alcanzó a oír " que va... Arango estaba al otro lado, mientras que al
pobre Vásquez yo lo vi debajito del árbol "dijo mientras se
secaba las lágrimas.
Ese testimonio fue definitivo para que nuevamente el interés del grupo se
dirigiera hacia ellos dos y yo me quedara solo con Nurlian y Zuluaga, quienes
me obsequiaron una mirada que era una mezcla de lastima y solidaridad.
El suceso y las horas transcurridas fueron la excusa adecuada para dar por
concluida la aventura del parque. Luego de recuperar el aliento y la
compostura, la Seño Marina se levantó del prado lentamente y con un tono de voz
suave, dócilmente nos pidió hacer dos filas para emprender el regreso. Una vez
ella se dio cuenta que estábamos completos se acercó al grupo y con una sonrisa
que intentaba disimular cierto temor nos dijo “no creo que sea necesario que
hagamos comentarios de lo que paso hoy, sobre todo cuando lleguemos al
colegio" inmediatamente deduje que si la señora Carlina llegaba a
enterarse que la vida de los alumnos había corrido peligro por el suceso del
parque, la responsabilidad de la Seño Marina habría quedado en entredicho. Por
eso, todos al unísono y de manera solidaria repetimos la frase: "sin
comentarios" la cual se convirtió en una suerte de mantra durante el
camino de regreso. Cuando estábamos a una cuadra del colegio la Seño
Marina nos miró de manera cómplice para recordarnos el compromiso y así
recorrimos los últimos metros hasta el colegio.
Cuando llegamos los estudiantes de los demás cursos estaban en recreo, nos
miraron con curiosidad y por eso nos sentíamos importantes, además por el
secreto que de común acuerdo guardábamos. Algunos niños curiosos nos hacían
toda suerte de preguntas acerca del lugar al que habíamos ido, si de verdad era
el parque nacional, si la habíamos pasado bien y otras tantas por el mismo
estilo. Pude ver a la Seño Marina en la cocina del colegio a través de la
ventana que daba al patio, bebía con avidez un vaso de agua y en su rostro se
reflejaba la angustia y que había ocultado frente a nosotros.
Yo, por mi parte me mordía la lengua por contar cada detalle de la aventura
vivida y en la que había sido uno de los protagonistas principales, mientras el
resto de mis compañeros guardaban silencio o respondían con evasivas a las
curiosidades que les formulaban.
Como el susto me había quitado el apetito, aun guardaba el sandwich que tenía
destinado para el paseo, pero en ese momento tenía hambre y por eso decidí sentarme
en una de las bancas del patio para tomar mis onces, mientras comía recordaba
los momentos de mi aventura y pensé que era un verdadero desperdicio no
poder contarle a alguien los pormenores. En esas estaba cuando llego el hermano
de Vásquez y se sentó a mi lado. " es verdad que a usted le cayó un
árbol encima?", lo miré y seguí masticando mientras pensaba sobre
que iba a responder. Recordaba la petición de la Seño Marina y la expresión de
su cara cuando la vi en la cocina del colegio. Y aunque sentí cierta piedad por
ella, el relato se quería salir de mi boca.
¿Quién le contó? Fue lo único que pude decir mientras me debatía entre contarle
o no. "pues mi hermano, apenas llegó me mostró los arañazos de las ramas y
me dijo que a ustedes dos casi los espicha un árbol que se cayó en el parque,
pero yo no le creí"
En ese instante pensé que si Vásquez ya había roto el pacto de silencio, por qué
yo no podía contar mi hazaña. Y le pedí que se acercara. Con lujo de
detalles, metáforas rimbombantes y en algunos casos exageradas, le narré la
aventura del parque, otros niños que estaban cerca alcanzaron a oír el épico
relato y se agruparon en torno a mí. Antes de que pudiera advertirlo estaba
rodeado por un grupo de 8 a
10 curiosos que me alentaban con sus risas y miradas aterradas. No me había
dado cuenta que los partidos de fútbol que se jugaban en ese momento en el
patio se habían interrumpido porque muchos jugadores habían preferido enterarse
de los pormenores del relato que continuar con el juego y de la misma manera el
barullo del recreo había desaparecido y solo se escuchaba mi voz, de vez en
cuando interrumpida por una carcajada general o un expresión de asombro de los
oyentes. Posiblemente este cambio abrupto en los ruidos propios de un patio de
recreo, fue el que alertó a la Seño Marina quien había abandonado el salón de
profesores, asombrada por la soledad del patio y el tumulto que se había
formado en el sector de las bancas. Se abrió paso entre los miembros de mi
audiencia y rápidamente quedamos frente a frente, alzó las cejas y movió
la cabeza de lado a lado:" otra vez Arango con sus cuentos, nada que
aprende y ustedes bien bobos poniendo cuidado a todas las mentiras que él
cuenta, caminen para clase que ya terminó el recreo"
El grupo se dispersó. Algunos al alejarse y antes de volver a sus juegos me
miraron con expresión de burla, la Seño Marina me lanzó una mirada antes de dar media vuelta
y se fue con los demás. Yo me quede solo en las bancas y en ese momento
comenzó a lloviznar.
Bogotá
marzo de 2012